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miércoles, 6 de marzo de 2013

El engaño de las palabras largas

Hoy vamos a hablar de los engaños a los que pueden conducirnos las palabras. Hablaremos de las palabras largas y grandilocuentes, esas que cuando se dicen suenan cultas pero cuyo contenido suele ser mínimo.
Estamos acostumbrados a abrir los periódicos cada día y encontrarnos con este tipo de palabras. No nos extraña que en un titular aparezca la palabra problemática, en vez de problema; tampoco que en un discurso político se hable de obligatoriedad y no de obligación. Acostumbramos a escuchar regularización en lugar de regulación, metodología en vez de método e intencionalidad en vez de intención. Los políticos y periodistas se sirven, además, de recursos como las perífrasis para realizar sus circunloquios. De este modo, usan dar comienzo por comenzar, mantener una conversación por conversar o hacer entrega por entregar.
Parece existir en las grandes esferas públicas un desprecio por el vocablo simple, un rechazo al lenguaje cotidiano. Periodistas y políticos engrandecen sus discursos mediante excesos con los que pretenden deslumbrar al ciudadano de a pie. El público posiblemente caerá en la trampa al principio, fascinado por este nuevo vocabulario, sin embargo, pronto se destapa lo engañoso de este tipo de lenguaje. Los políticos llenan sus discursos de prolongaciones tales que acaban cayendo en la abundancia y no consiguen transmitir un mensaje claro; por el contrario, las palabras sencillas hacen llegar un mensaje más cercano y consiguen que las palabras grandilocuentes aisladas tengan más eficacia dentro de un discurso.
Porque, como dijo el escritor argentino Ernesto Sábato, “un buen escritor expresa grandes cosas con pequeñas palabras; a la inversa del mal escritor, que dice cosas insignificantes con palabras grandiosas”.


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