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jueves, 14 de marzo de 2013

Alrededor de tí

Jueves. Ocho de la mañana. Mañana fría y ventosa, habitual en Zaragoza. Como cada cuarto día de la semana clase al punto de la mañana: Geografía. Salgo de casa con lo de siempre: abrigo, mochila, ordenador, apuntes...pero al pisar la calle, ¡algo se me olvidaba!, mis inseparables cascos de la radio se habían quedado en casa. Tocaba hacer algo distinto, tocaba escuchar mi alrededor. 

Algo inusual y diferente tocaba hasta llegar a la Universidad. Poca gente por la calle, y menos andando. Aire frío al llegar a Constitución, pero es ahí, en la puerta del colegio Corazonistas, donde empecé a despertar.

Un niño se bajaba del coche de su madre y le decía. "Hoy no me has puesto almuerzo", pronto llegué a la conclusión de que todos los días ese menudo alumno almorzaba lo que su madre le ponía.
Proseguí mi camino, la cuesta de León XIII parecía más larga de lo habitual. Corte Inglés, calle Lagasca y un "mañana me pondré la camisa rosa", ¿hablaría de nuestro paso de ecuador?, ¿de la boda de su mejor amigo?, no sé, ni tampoco sé si la camisa era rosa lisa, a cuadros, rayas o con topos blancos, solo sé que el rosa estaba presente.

Daban las ocho y veinte. Mi radio apagada, pero mis oídos igual de encendidos. Avenida Goya, alumnos camino del instituto. Entre ellos uno me llama la atención, más bien lo que dice al resto de los que le acompañan. "Hoy me muero estudiando", posiblemente mañana tendría examen , o recuperación, o estudia para ir al día, no sé, lo que sé es que dudo mucho que se vaya a morir por estudiar.

Encaminado ya hacia la Universidad, me paro en el kiosko de la plaza San Francisco, todas las portadas con la foto del nuevo Papa ¡Francisco!, ¿ya le han puesto una plaza al nuevo Papa?

Entro en el campus, veo a mis compañeros. Desconecto. Creo que algún otro día,  me dejaré los cascos en casa.

miércoles, 6 de marzo de 2013

El engaño de las palabras largas

Hoy vamos a hablar de los engaños a los que pueden conducirnos las palabras. Hablaremos de las palabras largas y grandilocuentes, esas que cuando se dicen suenan cultas pero cuyo contenido suele ser mínimo.
Estamos acostumbrados a abrir los periódicos cada día y encontrarnos con este tipo de palabras. No nos extraña que en un titular aparezca la palabra problemática, en vez de problema; tampoco que en un discurso político se hable de obligatoriedad y no de obligación. Acostumbramos a escuchar regularización en lugar de regulación, metodología en vez de método e intencionalidad en vez de intención. Los políticos y periodistas se sirven, además, de recursos como las perífrasis para realizar sus circunloquios. De este modo, usan dar comienzo por comenzar, mantener una conversación por conversar o hacer entrega por entregar.
Parece existir en las grandes esferas públicas un desprecio por el vocablo simple, un rechazo al lenguaje cotidiano. Periodistas y políticos engrandecen sus discursos mediante excesos con los que pretenden deslumbrar al ciudadano de a pie. El público posiblemente caerá en la trampa al principio, fascinado por este nuevo vocabulario, sin embargo, pronto se destapa lo engañoso de este tipo de lenguaje. Los políticos llenan sus discursos de prolongaciones tales que acaban cayendo en la abundancia y no consiguen transmitir un mensaje claro; por el contrario, las palabras sencillas hacen llegar un mensaje más cercano y consiguen que las palabras grandilocuentes aisladas tengan más eficacia dentro de un discurso.
Porque, como dijo el escritor argentino Ernesto Sábato, “un buen escritor expresa grandes cosas con pequeñas palabras; a la inversa del mal escritor, que dice cosas insignificantes con palabras grandiosas”.